Libia, solidaridad tras la catástrofe: Al menos 20.000 víctimas
Pasada más de una semana de las inundaciones que asolaron Cirenaica, en el este de Libia, sigue habiendo incertidumbre sobre el número real de muertos y desaparecidos, y las enormes cifras de las estimaciones iniciales -alrededor de 20.000 muertos y desaparecidos- podrían aumentar. Los gigantescos volúmenes de agua provocados por las lluvias del ciclón subtropical Daniel destruyeron dos presas en las inmediaciones de Derna, centro urbano que registró la destrucción de más de la mitad de sus edificios. La situación en la ciudad, aislada desde hace tiempo del resto del país, parece dramática: la imposibilidad de recuperar numerosos cadáveres y la destrucción total de las infraestructuras hidráulicas han elevado el nivel de alarma por posibles epidemias. Los equipos de rescate tienen como principales objetivos, en esta fase de emergencia, el suministro de agua potable a la población y el entierro de los muertos, para evitar que la ciudad, semidestruida, se convierta también en el centro de una catástrofe sanitaria. Pero, aunque Derna es el mayor centro urbano golpeado por la furia de Daniel, otras zonas periféricas y rurales también se han visto afectadas y el personal de socorro se enfrenta a la dificultad de llegar físicamente a cada lugar. A estos problemas se suman otros de carácter burocrático, al menos para las organizaciones extranjeras: la obtención de visados para entrar en el país es, de hecho, muy compleja, lo que ralentiza las operaciones de socorro.
Solidaridad internacional
“Todavía estamos en una fase de diagnóstico de las necesidades reales sobre el terreno”, explica a Radio Vaticano Federico Ponti, miembro de Cefa (Comisión Europea para la Formación y la Agricultura), una ONG activa en Libia desde 2017. “Las organizaciones de rescate y de primera respuesta ya están operativas, pero ahora se trata de proporcionar bienes de socorro muy necesarios: alimentos y bienes sanitarios a la infraestructura operativa que todavía está en su lugar”, subraya Ponti. “Hay varias dificultades para operar en Libia, aparte del no funcionamiento de las infraestructuras: es un país donde la dinámica del poder y sus cambios también afectan al trabajo de las organizaciones humanitarias. En esta emergencia -prosigue- también nos enfrentamos a dificultades estructurales que no son sólo logísticas, sino que también tienen que ver, por ejemplo, con la obtención de visados para entrar en el país. De hecho, ahora mismo yo mismo sigo en Túnez y estoy esperando para poder entrar en Libia”.
La catástrofe que une
Hay quien ha hablado de una catástrofe tan inmensa que ha aplacado las divisiones presentes en Libia, dejando a un lado las dramáticas horas de socorro y ayuda. Ponti parece confirmar esta versión: “Todavía tenemos que esperar, y será el medio plazo el que nos dé una respuesta, pero realmente parece que las divisiones en el país no existen en lo que respecta a la ayuda, la asistencia y el socorro en esta tragedia”. Esta integración entre Oriente y Occidente en la coordinación de la ayuda humanitaria lleva ya unos meses en marcha, y con los acontecimientos de esta semana, este proceso parece intensificarse aún más. Hay una gran apertura por parte de Trípoli, que está prestando todo el apoyo disponible al gobierno de Bengasi”. En resumen, incluso los dos gobiernos rivales parecen reconocer la gravedad de la tragedia y parecen actuar de común acuerdo para hacer frente a la dramática situación de los últimos días, hasta el punto de que uno se pregunta si esto puede ser una esperanza para el futuro del país. “Se está produciendo un movimiento de solidaridad entre los dos frentes, que siguen enfrentados. Esto da esperanzas de que, en el futuro, este proceso -concluye Ponti- pueda continuar más allá”.
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